martes, 21 de mayo de 2013

Cae la tarde

Cae la tarde de este lunes festivo, 41º aniversario de la celebración del día de la unidad y la integración de Camerún, día en que la parte anglófona del país decidió unirse a la francófona, día grande de múltiples actos oficiales y desfiles.

Cae la tarde, estoy fuera de casa, en el porche, observo la valla de madera que rodea la casa, la torre de agua justo enfrente, las palmeras, el hospital a mi derecha; comienza el sonido de los grillos, una moto se oye pasar a lo lejos. Negrita, una de las gatas, se sube a la mesa, curiosa, y mordisquea el bolígrafo con el que escribo. Comienzo a notar la presencia de los mosquitos por mis piernas.

Cae la tarde, desde dentro de la casa viene el sonido de Marlango. Nubes grises en el cielo, escucho también una tormenta lejana, voces, pájaros. Un señor pasa por delante de la casa, me mira, levanta una mano y me saluda; camina muy despacio, creo que va a los baños.

Cae la tarde festiva, y noto el corte que me he hecho en el dedo este mediodía mientras cortaba a trozos la cebolla. He cocinado spaguettis para mi y para las gatas. Después he dormido la siesta en el sillón. Tal vez he soñado algo, tal vez.

Sigue cayendo la tarde, más sonidos de pájaros se suman al concierto vespertino. Echaré de menos esta calma y esta soledad, esta tierra roja y esta forma en que de repente, te sorprende la tormenta y la lluvia.

Cae la tarde vertiginosa, alumbra el relámpago, retumba el trueno; tengo el sabor del café en la boca, estoy perezosa, aún en el letargo que me ha dejado la siesta. Ya llega, ya llega, ya se anuncia la noche, y recuerdo que una vez escribí " la noche viene lenta y cargada de sueños...".

18.30... y la tarde cayó.

lunes, 6 de mayo de 2013

La vida no es tan diferente



Llegada de noche  al village Nkolang, cerca de la población de Sa’a, un pueblo en medio del boque selva, sin luz, sin agua corriente, sin que llegase la cobertura del teléfono móvil, un lugar con árboles, vegetación intensa, calor, caminos de tierra roja, un río donde la gente va a lavarse y a lavar la ropa, donde los niños juegan, donde las mariposas de colores inverosímiles aletean, insectos, mosquitos… Llegada por sorpresa de la blanche, curiosidad, amabilidad, una acogida bonita en la casa familiar.

He conocido gente  y escuchado historias de vida muy curiosas, de malas magias, de desencuentros; he estrechado muchas manos entre las mías;  sobre todo he disfrutado mucho con los niños y las niñas, bebés… Y ha sido bello buscar sus sonrisas, escondidas detrás del miedo a lo desconocido (en realidad, a la desconocida), a lo extraño y nuevo. Con paciencia y cariño, pudimos vencer las resistencias y compartir la sonrisa, pude coger sus manitas y estrecharlas, llenarme los ojos de vida, de infancia, de pureza e inocencia, jugar y reír. Abrir el corazón y sentir la calidez de la gente, las diversas formas de vida, y que somos todos tan, tan iguales, esencialmente lo mismo, misma carne, mismo corazón.

También  he visto los mangos colgar de los árboles como cuelgan las bolas del árbol de navidad que adornan nuestras casas, y saborearlos, deliciosos, jugosos, dulces mangos,  pequeños y de piel verde; también árboles plenos de aguacates, la mandioca, el maíz, los cacahuetes, el cacao… el campo y la vida en el campo. Tocar la tierra, cavar la tierra y quitar las malas hierbas bajo la mirada atónita de la gente. Sí, la blanche puede trabajar la tierra, es dura, aunque le piquen sin piedad los mosquitos y el sol le queme la piel. Cocinar cuatro tortillas de patatas en un fuego de leña, bajo la noche, junto a los gatos, las gallinas, los perros y la cabra. He recibido el obsequio de la hospitalidad, de la calidez, de las frutas y la comida.

Un pueblo es un pueblo, donde sea que este esté. La vida en este pueblo camerunés no es tan diferente a la vida en el pueblo extremeño de mis abuelos cuando mi madre era niña, sin agua corriente, sin luz, con iglesia y un médico, con mercado, con animales y leyendas, con cotilleos y enemistades vecinales, con amplias familias y niños y niñas trabajando duro en el campo, con largas conversaciones al calor del fuego o a la luz de un lámpara de aceite o de una linterna.  

No, la vida no es tan diferente.