viernes, 21 de febrero de 2014

Aquí o allá

Cuando llego a Madrid, me siento como un pez en el agua. Sé dónde encontrar lo que necesito y sobre todo sé dónde se encuentran las personas que quiero ver, con las que quiero conversar y compartir mi tiempo. Madrid en febrero, acariciando la primavera y con sus días cada vez un poquito más largos, me gusta. Siempre me he admirado el cielo amplio de Madrid, luminoso y de espectaculares atardeceres.


Todavía no hace una semana que he regresado de otras tierras, de otro mundo en el mismo mundo. Con la tierra africana aún incrustada en las uñas de mis pies, que los colorea de un intenso anaranjado, vengo con una especie de pureza o sencillez (no sé exactamente cómo describirlo) tanto en el cuerpo como en la mirada. Los estímulos que te rodean son tan diferentes aquí y allá, que no puedo dejar de comparar, y además deseo con fuerza que esta energía, digamos limpia o positiva o esencial, no desaparezca en esta gran ciudad de prisas, de caras alargadas, de poca sonrisa, superficial y enormemente materialista. Es un tesoro que brilla, un tesoro que tengo la intención de guardar dentro todo el tiempo que pueda.


Y no es que reniegue de acá, de este mundo, también mi mundo, pero sí que observo y siento cosas que entristecen, desde el minuto uno en el que montas en el metro. Y no es que todo sea negativo, pero sí se está tornando increíblemente gris, y no es para menos. Reconozco y agradezco los grandes logros que aún persisten (y que no sabemos cuánto durarán) como la grandeza de llegar enferma y que te atiendan (por tener la cartilla claro, y no ser inmigrante) rápidamente y con las últimas tecnologías médicas, o la grandeza de abrir el grifo con agua corriente y limpia en casa o tener mil opciones distintas para llenar la nevera, por poner algunos ejemplos. Pero aquí se comienza a pasar hambre, a generalizarse la miseria (a todos los niveles), aquí los valores están transmutados, digamos que se está perdiendo la humanidad, pese a que siempre éste ha sido un pueblo generoso y amable. Los niños/as y los jóvenes están perdidos y desorientados, y hay muchísimas personas mayores, porque aquí se alarga la vida pero se está dejando de lado la calidad de esa vida. Nos engañan los políticos, nos manipulan, crean seres consumistas y superficiales, cada vez menos humanos… y cierro los ojos y evoco las sonrisas de las gentes más humildes pero más vivas, más sinceras, que por otra parte sufren también mucho. Creo que la vida, no es fácil en ninguna parte pero justamente aquí, con más esperanza de vida, mejores medios materiales de todo tipo, aquí digamos que la gente está menos sana, que brilla menos.


Con esto y con todo, estoy contenta de estar de nuevo en casa y sumamente agradecida por todo lo vivido, todo lo aprendido y todo lo cambiado. Que no se apague esta luz. Esta luz que me permite dedicarme tiempo o dedicar dos minutos a hablar con el africano que pide en la puerta del supermercado o confiar en que sigue habiendo gente buena entre tanto hijodeputa o simplemente abrir muchos los ojos para apreciar ese atardecer que se cuela por la ventana del autobús o disfrutar de la suerte infinita de tener a mi familia imperfecta o alimentar la amistad y la alegría.


Aquí o allá, que no se apague esta luz.

viernes, 7 de febrero de 2014

Se va cuajando ya esta despedida. Otro ciclo que está acabando, de los muchos que he abierto y he cerrado a lo largo del tiempo. ¿Y qué es si no, la vida? Ligera de equipaje, esta vez regreso ligera de equipaje. Del físico y del otro, que parece que no está pero pesa igualmente por dentro y va haciendo que los pasos sean más lentos, que se vaya curvando la espalda, que falten las energías y que la ilusión mengüe… 


Con la tristeza del cierre se entremezcla la ilusión de lo por venir. Salgo a la terraza a llenarme de este sol y esta tierra de la que me voy a despedir, oigo los niños en el colegio de al lado y las briznas de cenizas siguen girando y girando. Otro camino, más caminos y mi mirada más plena.

sábado, 1 de febrero de 2014

A ratos

Hoy comienza febrero. Es sábado por la tarde. Estoy en Djunang. El sol se ha ocultado tras las nubes y la niebla, es casi como si amaneciera de nuevo. Huele a quemado, a cenizas, ya están preparando la tierra para comenzar de nuevo la siembra. Una capa marrón de polvo lo cubre todo. Oigo motos y pájaros. Sopla una brisa un tanto fresca, pero no mucho; como de costumbre estoy descalza, sentada en el porche, afuera. Observo cómo cae la tarde, siento cómo mi estómago no está del todo bien todavía, pienso en el cierre de ciclos, en el paso del tiempo, en lo seco que tengo el pelo, y miro mis pies, ya está creciendo una de las uñas y la otra está pronta a caerse. Ciclos. Crecimiento y renovación. Briznas de cenizas danzan en el aire y se posan en el suelo. Si tuviera que elegir una palabra para definir cómo me siento, no la encontraría. A ratos es tranquila, a ratos ansiosa, a ratos contenta, a ratos aburrida, a ratos te pienso, a ratos quiero llamarte, a ratos deseo que el teléfono suene, a ratos leo, a ratos sueño, a ratos escribo, a ratos pinto, a ratos quiero estar sola, a ratos me canso de estar sola, a ratos perezosa, a ratos llena de energía, a ratos vibro, a ratos canto, a ratos lloro, a ratos me miro en el espejo y la imagen que veo me guiña divertida un ojo. A ratos.