Ya no eres una niña, aunque esa sea la imagen que me devuelven
las fotos de ti diseminadas por doquier en casa (aunque siempre serás niña).
Eres una adolescente, gruñona, irascible, cambiante, dormilona. No es nada
nuevo, pero me he perdido ese cambio y descubro casi asombrada que ya no eres
una niña. Nueva fase, nueva etapa, adolescencia.
Recuerdo a mi profesora Esther del colegio, nos daba inglés
y además era la directora. Un día nos explicó en octavo, qué era la adolescencia: que venía del latín “adolescere”,
que quería decir que nos faltaba algo, todavía faltaba algo para ser una persona
adulta; y en ese faltar algo (madurez, vivencias, identidad, camino..) que se
va superando con el tiempo, estábamos así, raros, inestables, sensibles,
ensimismados como una perla que se está formando en la concha, uraños porque
nadie nos entiende. Lo recuerdo perfectamente.
Estás por aquí, adolescente aunque me sorprenda mi asombro.
Ha pasado el tiempo por todos. Mis ojos te siguen viendo como mi niña adorada
siempre; con esos grandes ojos de mar curiosos y despiertos que tienes. Debe
ser ese corazón sin linde, del que hablaba mi abuela.
Estás en casa, por fin, sigues perdida, nos has hallado, volviste y me prometo no perderte más la pista. Aunque estés extraña y
llena de secretos y vivencias, estoy a tu lado.
No imaginas lo feliz que me hace tenerte danzando por casa esta mañana de viernes.