Te recuerdo muy
vagamente. Siempre fuiste un recuerdo lejano, remoto. Alguien de quien apenas
se habla en familia, porque tu historia causó heridas de esas que siempre duelen,
aunque hayan cicatrizado y los años hayan pasado. Es curioso como actos, cosas
que nos rodean, olores, imágenes, sonidos, de repente tocan una tecla de tu
piano emocional y la melodía de un sentimiento comienza a sonar, lenta,
inundándote, arrebatándote el ánimo y llevándolo a un estado concreto. Eso me
pasó a mí el otro día con una representación en escena. Lo que allí se contaba
me llevó muy lejos, a mi infancia, a esos recuerdos borrosos. Y me di cuenta de
que apenas te conocí, de que apenas sé nada de ti.
Acompañando a la
música de Mecano, se desarrolla el musical que cuenta la vida de unos amigos
que dejan el pueblo en los años 80 para venirse a Madrid, persiguiendo el sueño
de triunfar en la capital de la movida, del cambio, de la modernidad. Los
protagonistas se introducen en la vida nocturna, crean un grupo, se rodean de
travestis, gays, gentes de la noche, fiestas… se abren sus mentes, y se alejan
del pueblo. Van cumpliendo sus sueños, llegan a lo más alto como grupo musical,
y uno de ellos se va perdiendo, tras la falla que produce una ruptura amorosa,
en el camino de las drogas.
Allí estoy yo,
sentada en un salón de actos de un colegio del barrio de Entrevías, asientos
duros e incómodos de madera que no se han renovado nunca. Eclipsada con el
musical amateur y tarareando las canciones, aplaudiendo, riendo, disfrutando de
la coreografía y del coro, moviéndome de
un lado para otro porque no veo con la cabeza del que se sienta delante. Vamos
de emoción en emoción, alegría, risa, aplauso.
El personaje
pasa de los porros a la heroína, en un proceso gradual de desamparo, soledad y
angustia, que fue tejiendo esa dependencia hasta hacerla irrompible. En su
entorno, nadie le comprendía, desde fuera es fácil decir “tienes que dejarlo”,
“cada vez estás peor”, “no vuelvas a pedirme dinero para drogas”.
Paulatinamente se fue aislando, no asistiendo a los ensayos del grupo. Su
cuerpo fue degradándose – el maquillaje estaba muy conseguido - ojeras,
delgadez, locura, angustia, una cárcel. Y cada vez necesitaba más, escapar más
lejos, volar más alto.
En la segunda
parte, que comienza con otra gran canción acompañada de un baile, fue
instalándose el silencio. Prosigue la historia de amores, música,
desavenencias, y también la historia de degradación y muerte. Se escenifica cómo
corre la gota de sangre cuando se inyecta heroína en el brazo tras hacerse un
torniquete con el cinturón. Y llega el sida. Continúa la soledad y la
incomprensión y el personaje busca la muerte. Silencio en la sala. Silencio
sólo interrumpido por el sonido nasal de sorberme los mocos, hace rato que
estoy llorando, y creo que no soy la única porque escucho más sonidos como este
a mi alrededor. El silencio frío del dolor. Como en un tobogán hemos pasado de
la risa al llanto, y a los que estamos llorando, sobrecogidos, esa historia nos
ha tocado algo hondo y personal. Y es que en este barrio, como en otros muchos
de Madrid, esa historia fue cierta y todos conocemos a alguien, vecino de
alguien, amigo de alguien que sufrió el azote de la droga en los años 80.
El musical sigue
avanzando, es el último de la temporada de esta compañía amateur y parte de la
recaudación va destinada a un proyecto de educación en Guatemala. Después de la
escena de la muerte, sigue otra en el cementerio donde la canción que acompaña
es animada, y el ánimo del público remonta. Palmas, tarareos, se va quedando
atrás el silencio y la tristeza. Volvemos al acto divertido, con final feliz,
confetis, aplausos, salen los artistas a agradecerlos, se presenta la compañía,
seguimos aplaudiendo todos en pie. Finaliza el musical, la gente abandona el
colegio, y yo, reabierta esa ventanita al pasado, me quedo pensando, prendida
aún de esa emoción y de ese personaje. Apenas conocí a mi tío.
Profundizo en
mis recuerdos, son escasos. Recuerdo tus visitas a casa, pocas. También un
regalo, unos caramelos a mi hermana y a mí. Apenas sé nada de ti, me sigo dando
cuenta. Tenías los ojos azules verdosos de toda la familia paterna, vivos. Eras
joven, tendrías mi edad ahora o incluso menos. Creo que más bien te recuerdo
por las fotos que siempre he visto. Viene a mi mente aquella vez que mis padres
tuvieron que irse urgentemente, con mis abuelos y mis tíos y nos dejaron con
una vecina. Yo sabía que algo grave había pasado, pero claro, a los niños no se
les cuenta nada. Te habían encontrado muerto en Granada, en la calle, en un banco
de una plaza, era un primero de mayo. Comprendo ahora el celo que mi padre tuvo
siempre con nosotras, sus excesivos cuidados y normas estrictas; también esa
tristeza que a veces se apoderaba de mi abuela, uno de los seres más alegres de
la tierra.
Te recuerdo muy
vagamente. Otra historia me llevó a tu historia, parte importante de la mía
propia. La fuerza del destino te trajo la otra tarde para que no te olvide, para
que no te olvidemos.