Aquí o allá
Cuando llego a Madrid, me siento como un pez en el agua. Sé
dónde encontrar lo que necesito y sobre todo sé dónde se encuentran las
personas que quiero ver, con las que quiero conversar y compartir mi tiempo.
Madrid en febrero, acariciando la primavera y con sus días cada vez un poquito
más largos, me gusta. Siempre me he admirado el cielo amplio de Madrid,
luminoso y de espectaculares atardeceres.
Todavía no hace una semana que he regresado de otras
tierras, de otro mundo en el mismo mundo. Con la tierra africana aún incrustada
en las uñas de mis pies, que los colorea de un intenso anaranjado, vengo con
una especie de pureza o sencillez (no sé exactamente cómo describirlo) tanto en
el cuerpo como en la mirada. Los estímulos que te rodean son tan diferentes
aquí y allá, que no puedo dejar de comparar, y además deseo con fuerza que esta
energía, digamos limpia o positiva o esencial, no desaparezca en esta gran
ciudad de prisas, de caras alargadas, de poca sonrisa, superficial y
enormemente materialista. Es un tesoro que brilla, un tesoro que tengo la
intención de guardar dentro todo el tiempo que pueda.
Y no es que reniegue de acá, de este mundo, también mi
mundo, pero sí que observo y siento cosas que entristecen, desde el minuto uno
en el que montas en el metro. Y no es que todo sea negativo, pero sí se está
tornando increíblemente gris, y no es para menos. Reconozco y agradezco los grandes
logros que aún persisten (y que no sabemos cuánto durarán) como la grandeza de
llegar enferma y que te atiendan (por tener la cartilla claro, y no ser
inmigrante) rápidamente y con las últimas tecnologías médicas, o la grandeza de
abrir el grifo con agua corriente y limpia en casa o tener mil opciones distintas
para llenar la nevera, por poner algunos ejemplos. Pero aquí se comienza a
pasar hambre, a generalizarse la miseria (a todos los niveles), aquí los valores
están transmutados, digamos que se está perdiendo la humanidad, pese a que
siempre éste ha sido un pueblo generoso y amable. Los niños/as y los jóvenes
están perdidos y desorientados, y hay muchísimas personas mayores, porque aquí
se alarga la vida pero se está dejando de lado la calidad de esa vida. Nos
engañan los políticos, nos manipulan, crean seres consumistas y superficiales,
cada vez menos humanos… y cierro los ojos y evoco las sonrisas de las gentes
más humildes pero más vivas, más sinceras, que por otra parte sufren también
mucho. Creo que la vida, no es fácil en ninguna parte pero justamente aquí, con
más esperanza de vida, mejores medios materiales de todo tipo, aquí digamos que
la gente está menos sana, que brilla menos.
Con esto y con todo, estoy contenta de estar de nuevo en
casa y sumamente agradecida por todo lo vivido, todo lo aprendido y todo lo
cambiado. Que no se apague esta luz. Esta luz que me permite dedicarme tiempo o
dedicar dos minutos a hablar con el africano que pide en la puerta del
supermercado o confiar en que sigue habiendo gente buena entre tanto hijodeputa
o simplemente abrir muchos los ojos para apreciar ese atardecer que se cuela
por la ventana del autobús o disfrutar de la suerte infinita de tener a mi
familia imperfecta o alimentar la amistad y la alegría.
Aquí o allá, que no se apague esta luz.
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