viernes, 17 de julio de 2015

La tecla

Te recuerdo muy vagamente. Siempre fuiste un recuerdo lejano, remoto. Alguien de quien apenas se habla en familia, porque tu historia causó heridas de esas que siempre duelen, aunque hayan cicatrizado y los años hayan pasado. Es curioso como actos, cosas que nos rodean, olores, imágenes, sonidos, de repente tocan una tecla de tu piano emocional y la melodía de un sentimiento comienza a sonar, lenta, inundándote, arrebatándote el ánimo y llevándolo a un estado concreto. Eso me pasó a mí el otro día con una representación en escena. Lo que allí se contaba me llevó muy lejos, a mi infancia, a esos recuerdos borrosos. Y me di cuenta de que apenas te conocí, de que apenas sé nada de ti.
Acompañando a la música de Mecano, se desarrolla el musical que cuenta la vida de unos amigos que dejan el pueblo en los años 80 para venirse a Madrid, persiguiendo el sueño de triunfar en la capital de la movida, del cambio, de la modernidad. Los protagonistas se introducen en la vida nocturna, crean un grupo, se rodean de travestis, gays, gentes de la noche, fiestas… se abren sus mentes, y se alejan del pueblo. Van cumpliendo sus sueños, llegan a lo más alto como grupo musical, y uno de ellos se va perdiendo, tras la falla que produce una ruptura amorosa, en el camino de las drogas.
Allí estoy yo, sentada en un salón de actos de un colegio del barrio de Entrevías, asientos duros e incómodos de madera que no se han renovado nunca. Eclipsada con el musical amateur y tarareando las canciones, aplaudiendo, riendo, disfrutando de la coreografía y del coro,  moviéndome de un lado para otro porque no veo con la cabeza del que se sienta delante. Vamos de emoción en emoción, alegría, risa, aplauso.
El personaje pasa de los porros a la heroína, en un proceso gradual de desamparo, soledad y angustia, que fue tejiendo esa dependencia hasta hacerla irrompible. En su entorno, nadie le comprendía, desde fuera es fácil decir “tienes que dejarlo”, “cada vez estás peor”, “no vuelvas a pedirme dinero para drogas”. Paulatinamente se fue aislando, no asistiendo a los ensayos del grupo. Su cuerpo fue degradándose – el maquillaje estaba muy conseguido - ojeras, delgadez, locura, angustia, una cárcel. Y cada vez necesitaba más, escapar más lejos, volar más alto.
En la segunda parte, que comienza con otra gran canción acompañada de un baile, fue instalándose el silencio. Prosigue la historia de amores, música, desavenencias, y también la historia de degradación y muerte. Se escenifica cómo corre la gota de sangre cuando se inyecta heroína en el brazo tras hacerse un torniquete con el cinturón. Y llega el sida. Continúa la soledad y la incomprensión y el personaje busca la muerte. Silencio en la sala. Silencio sólo interrumpido por el sonido nasal de sorberme los mocos, hace rato que estoy llorando, y creo que no soy la única porque escucho más sonidos como este a mi alrededor. El silencio frío del dolor. Como en un tobogán hemos pasado de la risa al llanto, y a los que estamos llorando, sobrecogidos, esa historia nos ha tocado algo hondo y personal. Y es que en este barrio, como en otros muchos de Madrid, esa historia fue cierta y todos conocemos a alguien, vecino de alguien, amigo de alguien que sufrió el azote de la droga en los años 80.
El musical sigue avanzando, es el último de la temporada de esta compañía amateur y parte de la recaudación va destinada a un proyecto de educación en Guatemala. Después de la escena de la muerte, sigue otra en el cementerio donde la canción que acompaña es animada, y el ánimo del público remonta. Palmas, tarareos, se va quedando atrás el silencio y la tristeza. Volvemos al acto divertido, con final feliz, confetis, aplausos, salen los artistas a agradecerlos, se presenta la compañía, seguimos aplaudiendo todos en pie. Finaliza el musical, la gente abandona el colegio, y yo, reabierta esa ventanita al pasado, me quedo pensando, prendida aún de esa emoción y de ese personaje. Apenas conocí a mi tío.
Profundizo en mis recuerdos, son escasos. Recuerdo tus visitas a casa, pocas. También un regalo, unos caramelos a mi hermana y a mí. Apenas sé nada de ti, me sigo dando cuenta. Tenías los ojos azules verdosos de toda la familia paterna, vivos. Eras joven, tendrías mi edad ahora o incluso menos. Creo que más bien te recuerdo por las fotos que siempre he visto. Viene a mi mente aquella vez que mis padres tuvieron que irse urgentemente, con mis abuelos y mis tíos y nos dejaron con una vecina. Yo sabía que algo grave había pasado, pero claro, a los niños no se les cuenta nada. Te habían encontrado muerto en Granada, en la calle, en un banco de una plaza, era un primero de mayo. Comprendo ahora el celo que mi padre tuvo siempre con nosotras, sus excesivos cuidados y normas estrictas; también esa tristeza que a veces se apoderaba de mi abuela, uno de los seres más alegres de la tierra.

Te recuerdo muy vagamente. Otra historia me llevó a tu historia, parte importante de la mía propia. La fuerza del destino te trajo la otra tarde para que no te olvide, para que no te olvidemos.