lunes, 29 de septiembre de 2014

Desde el desierto

 

El desierto. Nunca había sentido tanto vacío, vacío que duele y pesa. El sol no calienta, arde, quema, seca los labios y los ojos.

 

Nosotros no estamos acostumbrados al vacío, nuestra vida está llena, nos la llenan de estímulos constantes y cosas.

 
 

Sin embargo, en este horizonte de nada, puedes vislumbrar pequeños árboles aislados y valientes, insectos, pequeños animales... y también un mar de basuras que hiere y que borran de un plumazo el lado poético del desierto.

 
 
 

También he descubierto un cementerio de dromedarios y camellos, ahí en medio de la nada. Sus huesos pueblan la arena, algunos incluso con piel reseca y pelo. En realidad parece que es un matadero, donde los sacrifican, eso sí, no sé si para comerlos o cuando están enfermos y ya no sirven.

 

El desierto. Susurra el viento que mueve la arena. Silencio. Nada.

 

Y sin embargo, pese a todo o gracias a todo, la vida sigue.

 
 

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