viernes, 11 de septiembre de 2015

Los gritos

Pocas cosas soporto menos que los gritos. Hay personas que sólo se comunican a gritos, cuando hay tensión o sienten nervios, incapaces de manejarlo de otro modo, gritan e insultan.

Estoy escuchando mientras desayuno, los gritos que salen a la calle del bajo de enfrente. No es nuevo. En la casa de esa familia con varios hijos e hijas, se gritan continuamente unos a otros, sin pudor, se insultan se amenazan a gritos.

La verdad es que aparte de ponerme nerviosa, siento miedo. Pero luego, es esa misma familia la que los domingos saca la mesa y las sillas a la calle y, ocupando la acera completamente, comen todos juntos y aparentemente felices.

No soporto los gritos a los demás, y menos los insultos y menosprecios a los niños y las niñas. No entiendo usar el grito, el hablar a voces, para querer tener razón, para imponerse, para defender argumentos, en el fondo, para atemorizar al otro y situarse, desde la cobardía o la falta de otros recursos, por encima y humillar.

¿Qué están aprendiendo esos niños y niñas del piso bajo de enfrente? ¿Qué aprendieron sus padres y madres? ¿Podrá romperse algún día esa cadena de maltrato, dejará de transmitirse de padres y madres a hijos/as?

Para mi el grito, gritar, es expresión de rabia, de un inmenso dolor, es desahogo, es, en todo caso, defensa ante una posible amenaza, es llamada de atención ante un peligro. Recuero el famoso cuadro de Edvard Munch llamado "El Grito".




Pero no entiendo el grito como una forma de comunicación, ni de diálogo, y mucho menos cuando esta dirigido a aquellos con quienes amenaces todos los días.

Gritar no es una herramienta de comunicación válida, excepto en contextos que podemos imaginar como muy ruidosos o donde hay mucha lejanía.

Gritar a otra persona, asusta y daña. Es violencia.

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