jueves, 19 de diciembre de 2013

Ascenso al Monte Camerún... y descenso

He dejado pasar unas semanas para hablar de este viaje. Por una parte, para recuperar el cuerpo, que aunque rindió mejor de lo esperado, sufrió algunas heridas de batalla; por otra parte, para recuperar el ánimo. Subir fue duro, pero el descenso lo fue más, siempre me ha costado mucho menos subir que bajar...
El monte Camerún, o Fako como lo llaman localmente, es un volcán cuya última erupción tuvo lugar en 2000, todavía se pueden ver los caminos de lava, algo precioso.
Está situado en el golfo de Guinea y es uno de los volcanes más altos de África, con 4.095 metros sobre el nivel del mar. Dicen que es relativamente sencilla su subida y la realizamos en dos días, con un tercero para bajar. Empezamos el ascenso en Buea, la ciudad que está a los pies de la montaña, a unos 1.000 de altitud, después de haber "contratado" al guía local y los porteadores, uno por persona; es obligatorio subir con ellos y pagar un impuesto ecológico. Los porteadores te llevan la mochila, los víveres para comer arriba, el agua, las tiendas de campaña, en fin, que suben unos 30 ó 40 kg cuesta arriba/abajo y atención, en chanclas cangrejeras o en zapatos de domingo. Estos hombres no especialmente musculosos a primera vista como podíamos imaginar, están totalmente acostumbrados a subir constantemente, así se ganan la vida, y suben como gamos, incluso con el peso que llevan encima te adelantan. Cada febrero desde 1973 se realiza una carrera, llamada "carrera de la esperanza", en la que se sube y se baja el monte lo más rápido posible y cómo no, el record lo tiene un camerunés que realizó la carrera en 4 horas y 45 minutos (3h 35 min de subida y 1h 10min de bajada), increíble pero cierto.
Como a medio día iniciamos el ascenso, dura caminata cuesta arriba, atravesando caminos con bosque-selva, sabana y llegamos al refugio 2, que semanas antes se había quemado, y dormimos ahí, con un frío que pela, en tiendas de campaña. El paisaje espectacular, el humor de todos pese al cansancio igualmente espectacular, pese a que siempre, las comparaciones son odiosas, y coincidimos allí con un grupo de alemanes que han contratado un mejor servicio. Sus guías no se han olvidado los cubiertos, les espera fruta fresca pelada, una colchoneta para sentarse a cenar... en fin... pero no se ríen tanto como nosotros, nos consolamos.... Ellos irán mejor preparados, con ropas hi-tech y equipo más profesional y atento... pero apenas se hablan entre ellos y  no les oímos en los dos días que coincidimos, reírse.


Con un maravilloso amanecer comienza el segundo día, ya nos han avisado que es el más duro y el más largo... claro, que no nos lo podemos ni imaginar: subida hasta coronar la cima, pasando por lava seca, zonas humeantes, ascenso, ascenso, cada vez cuesta más respirar.. pero llegamos. 
Claro, llegamos y queremos hacernos unas fotos, disfrutar del momento, que no todos los días se corono un 4.000... pero nuestro guía estaba ya molesto, entre que andábamos para el despacio, nos parábamos para coger aire o para reír,se iba quemando el pobre. Y así, a toda leche, comenzamos el descenso y ahí comenzó el sufrimiento y posterior amoratamiento de mis uñas de los dedos gordos de los pies. Como he comentado más arriba, me cuesta muchísimo bajar, más que subir; es una mezcla de miedo a tropezarme e irme rodando cuesta abajo. Así que es agotador ir de lado, frenando, agarrándome al palo como si me fuera la vida en ello. O simplemente, no me dejo llevar. En fin, la cuesta abajo fue un sufrimiento a todos los niveles, y el coste de llevar un calzado inadecuado para estas lides, tuvo un precio. No sabíamos que todavía nos esperaban varias horas más, de precipicio, tierra negra deslizante, caminos de lava dura y puntiaguda y hermosos cráteres, praderas.... un paisaje cambiante extraordinario. 

Y así, deprisa porque el plan de este segundo día es demasiado largo, como unas 9 horas de camino, y hay que llegar al campamento, donde ya están sentados y cómodos al fuego silencioso el grupo de alemanes. Y después de cenar, y ver las estrellas, a la tienda a dormir. 
Y amanecemos en el tercer y último día de descenso, horizontes magníficos, prados bucólicos, a un lado las montañas, enfrente el pequeño Monte Camerún o Monte Etinde, el océano y la isla de Malabo perteneciente a Guinea Ecuatorial, a lo lejos.

 El camino de hoy es más corto, me siguen doliendo las uñas de los pies y la mano de agarrarme al palo. Descenso, bosque-selva de nuevo, verde rabioso, hormigas también rabiosas, gusanos que se desprenden del cielo y suenan en las hojas como gotas de lluvia. Y por el camino vamos hablando y riendo, y por el camino voy también pensando. El descenso físico comporta un descenso interno, a nivel emocional, a nivel entraña, para mirar y coger fuerzas. Después del viaje, regreso a casa con heridas de batalla, pero la espada con sudor está ya bien afilada y pronta a cortar los lazos con una historia que ya fue, y que en algún momento, fue bonita mientras duró.





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