viernes, 25 de julio de 2014

En una tarde cualquiera de julio, esperaba a una amiga en metro Tribunal, a la sombra, apoyada en la verja que circunda el Museo Municipal (ese edificio de la fachada tan bonita).
Como suelo llegar antes, esperé unos 15 minutos. Habíamos quedado a las 5 de la tarde (siempre recuerdo el poema de Lorca  A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde  y mientras esperaba, y la gente pasaba y pasaba, me puse a observar. Casi a las 5 de la tarde, en la cera de enfrente, a la izquierda de la boca del metro, llegó un señor de mediana edad que comenzó a limpiar el suelo de la calle, con sus pies, retirando colillas y suciedades, y una vez terminada esta labor de limpieza, se sentó, apoyando su espalda en la pared del Tribunal de cuentas, y comenzó su turno, su jornada, puntual a las 5 de la tarde. Todos los movimientos automatizados a fuerza de repetir faena diariamente: piernas cruzadas, cigarrillo en mano, un cartel de cartón a un lado y un recipiente donde echar monedas al otro, eran todos sus utensilios. Y la gente pasaba y pasaba, y este señor y yo, figuras estáticas en la calle. Mientras le observaba y pensaba, rompió el leve bullicio de la tarde un chico joven, casi adolescente, que pasó por esa cera de enfrente rápido, bailando, cantando a gritos, con unos auriculares puestos, como si no hubiera nadie más en el mundo y ajeno a las miradas y risas de la gente que se lo iba encontrando. Iba en su mundo, alterado, fuera de la norma, dando la nota, como diríamos a su bola, llamando la atención. Y pensé que tal vez en su mundo se estuviera mejor que en este otro, y que en realidad, no hacía daño a nadie, mientras la gente se giraba para mirarle y se reía. Pasó de largo, y volvió la calma relativa. Mientras me cambiaba de postura apoyando en la verja el otro pie, aparecieron unas botas pesadas, grandes, de cuero, que rompían el equilibrio de sandalias y zapato ligero de esta tarde de verano. Las botas llevaban a un hombre pequeño y lejano, por sus rasgos diría que oriental, pelo largo, barba rala, mochila enorme sobre los hombros, y un mapa en la mano. Rezumaba experiencia, seguridad, prisa. Tac tac tac cruzaban la calle esas botas viejas de viajero, parecía un hombre a sus botas pegado. Tac tac tac cruzó raudo la calle el viajero. Pensé en cuántos kilómetros llevaría a su espalda, cuántos países, cuántos atardeceres... y mientras me perdía en estos pensamientos, llegó, más allá de las 5 de la tarde, mi amiga.

Y con ella, se fueron saludos, besos y abrazos y pastas.....a Camerún. Y yo me quedé con la nostalgia y cientos de recuerdos.

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