lunes, 11 de noviembre de 2013




Protesta de hambre, Edilberto Mérida.
Hoy he recordado a aquel artista. Cuando vivía en Cusco y daba clases de español a extranjeros, una de las actividades culturales que les hacíamos, era visitar un pequeño museo en la ciudad de un escultor cusqueño de este siglo muy interesante, Edilberto Mérida. Su gran obra custodiada por su hija, también escultura, era sobrecogedora: esculturas de barro, tanto de escenas religiosas como del pueblo, mostrando la dureza de la vida de la gente pobre, de la gente de campo. Esculturas de manos y pies grandes, porque quería mostrar cómo el hombre y la mujer destrozan y deforman su cuerpo con el duro trabajo y el hambre, arte desgarrador, arte de protesta y denuncia. En este "expresionismo indio" como se ha denominado, me llamó la atención las grandes manos y pies de los personajes que retrataba. En aquel momento pensé en las grandes manos de mi abuelo materno, que trabajó y trabajó el campo como una mula.

Hoy he pensado en uno de los niños a los que se estamos haciendo revisiones pediátricas este mes. Era un niño de 6 a 7 años con los pies deformados, sin apenas uñas, pies sucios, más que sucios, comidos por la tierra, por vivir sobre la tierra, andar sobre la tierra, correr y vivir pegado a la tierra. Un niño con los pies hinchados, llenos de cicatrices y costras, piel vieja en cuerpo nuevo. Descuido, falta de higiene, falta de oportunidades, miseria, pobreza, cuerpo ajado.

Unos pies grandes, secos y duros como raíces. Una piel como corteza de árbol. La tierra roja es piel rugosa. El cuerpo, como el alma, se moldea a base del cincel y el martillo de la vida. Y la vida, no es igual en todas partes.

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