viernes, 27 de agosto de 2010

Quiero contar algo, necesito sacarlo de mi para que me pese menos. Es algo de lo que tengo conocimiento desde hace bastante tiempo, algo que he visto de lejos, algo que no debería, a estas alturas de la vida, ni sorprenderme ni impactarme de esta manera. Sé positivamente que muchos niños y niñas, demasiados (que pase esto con uno solo, ya es demasiado) se drogan con pegamento, ese que tu y yo utilizamos para pegar cosas rotas, y que ellos utilizan para pegar sus vidas rotas.  Lo consiguen, lo aspiran constantemente, les droga, les idiotiza, les saca de la realidad y les sumerge en un estado sucedáneo de bienestar y consiguen infra-vivir un día más entre tanta miseria, injusticia y desazón.
Hace unos días, por la mañana, se acercó un chico que vive en la calle, adolescente de ¿cúantos, 12, 13, 14, 15 años? con restos de pegamento verde alrededor de la nariz, de la boca, restos de pegamento seco que ya son parte de su piel. Le miré y me dolió. Pese a saber que esas cosas están pasando en el mundo, pese a ser muy consciente de ello. Me dolió, me impactó, porque ya no es la imagen lejana, no; es ese rostro lleno de pegamento que te mira, que sonríe ignorando su cara manchada que le delata, y que me pone crudamente delante la realidad más cierta y podrida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario